Colaboraciones en revistas especializadas y periódicos realizadas entre 2011 y 2019 por María Fraile Yunta, historiadora del arte y periodista cultural especializada en arte español del siglo XX

miércoles, 29 de julio de 2015

Torner

ARTÍCULO PUBLICADO EN LAS NOTICIAS DE CUENCA EL 17 DE JULIO DE 2015
 

       “Te vas acercando a la roca, ves los líquenes, el moho, las porosidades, y pintas la roca del tamaño del cuadro. Luego te planteas hacerlo con el mismo material, roca triturada, y además someterlo al mismo proceso de la intemperie: le ha llovido, se ha secado, le ha corrido barro, le sale moho, líquenes…” decía Gustavo Torner (Cuenca, 1925) a Juan Manuel Bonet en Escritos y conversaciones (Valencia, Origami, 1996) al hablar de su obra.

La roca se palpa en Arena, paja y negro o en Como la tempestad, obras de 1959 que parecieran ser resultado de atisbar con unos anteojos hasta el último poro de una materia imperfecta y contingente, en perpetuo cambio y generación, pero también, de una materia que se opone a un ámbito incorruptible que, si en Nilo amarillo de noche (1959) parece formar parte del paisaje en el que se hundió el perro goyesco, en Azul-marrón, Blanco-gris, Blanco-verde oscuro o Casi paisaje (1960) parece ser la continuación de un lugar necesario donde hallar el ente de Parménides.

“El mundo de Torner es un mundo equívoco donde se confunden realidades y apariencias y los opuestos se tocan, donde nada es lo que parece ser y cada cosa tiene algo de todo; un mundo de equivalencias y metáforas visuales donde el brillo sobre el filo de un cristal roto se transforma en horizonte de mar y seis metros cuadrados de acero inoxidable valen por la inmensidad del cielo”, decía Zóbel en torno a obra del pintor conquense.

Todo ello y mucho más ante lo que podríamos añadir la cita de Schelling cuando afirmó que “el arte es para el filósofo lo más alto, porque casi le abre el santuario donde en una unión eterna y originaria arde como una llama lo que en la naturaleza y en la historia está separado, lo que tanto en la vida y en la acción como en el pensamiento debe huir de sí eternamente”, que “lo que llamamos naturaleza es un poema encerrado en caracteres misteriosos y admirables, pero donde si el enigma pudiese desvelarse reconoceríamos la odisea del espíritu” (Torner, Retrospectiva, 1949-1991, Madrid, MNCARS, 1991).

Un espíritu al que Torner llega a través de la materia sensible, dado que en su misma apariencia se hallaría la esencia que la hace formar parte de ese mundo equívoco en el que los opuestos se tocan y al que a Torner le llevó su contacto con la naturaleza a través de su profesión de ingeniero forestal -esta le llevó a realizar en Teruel una serie de láminas de botánica para ilustrar uno de los catálogos más completos de la flora española y a partir del más exacerbado realismo, de la acentuación de este, a la abstracción más radical celebrada en Cuenca: “el único lugar de España donde estábamos al tanto de lo que ocurría fuera, y nos interesaba (…) -comentaba Torner-.

“Éramos sobretodo un grupo de amigos con unas inquietudes intelectuales enormes, que teníamos muchas tertulias sobre arte, sobre lo que es el arte desde un punto de vista hondo, y Fernando Zóbel era, dentro de este grupo, la persona que más preocupada e involucrada estaba en estos temas (…), pese a que cada uno tuviese su manera de pintar (…)”, contaba en los Escritos y conversaciones referidos.
Pero, ¿qué temas eran los que interesaban a uno de los fundadores del Museo de Arte Abstracto Español -de cuya creación se celebra el año que viene el cincuenta aniversario-: “El arte en sí no existe, solo existe como cualidad de una serie de objetos y quizá este sea solamente espíritu (…)” -decía-, no más que espíritu, entendiendo por este aquello que se persigue al tratar de poner la obra en “verdad”, en una verdad contemplada en “objetos” donde comienza a estar presente la horizontalidad sublime del Monje Frente al mar de Friedrich; frente a un paisaje ante el que se pregunta por el cosmos y por un más allá que hace que su obra parta de las apariencias no más que para trascenderlas y penetrar en el ámbito de la metafísica; de la música callada de las obras de un Mondrian que trata de hallar la armonía universal que concilie la lucha entre contrarios de Heráclito.

Música callada, silencio espacial ante el cual es posible llevar a cabo una depuración formal ante la que solo queda el espacio en el que se sitúa el sujeto frente a la naturaleza, frente a un paisaje sublime lleno de tensiones que tratan de superarse; frente a un paisaje romántico cada vez más geométrico donde se trata de hallar la ansiada paz del hombre que se postra frente al caos, pese a que este haya sido analizado por vez primera por un sujeto consciente de la importancia de la concepción racional del mismo y de su capacidad para dominarlo -tal cual un renacentista-.

“Todo está sometido a una tranquilidad horizontal, sumido en su propio peso como un mar de mercurio. Y es que la obra de Torner no es precisamente parca en ideas, sino en gesticulación y vocerío; a cada paso cuenta en ella solamente lo nuevo, lo nunca dicho, lo necesario, lo veraz, y de esa forma en el creciente de sus etapas sobrecoge su desarraigada exigencia con la propia soledad sonora” -decía Antonio García Berrio en Torner, retrospectiva, 1949-1991, Madrid, Mncars, 1991-.

Soledad sonora que hallamos en sus Homenajes a Schoenberg (1968), a Debussy (1970)…, en su Eclipse (1971), en su Universo de Tensiones (1972), en La sombra de Pitágoras (1983), en Átomos, en Los cuatro elementos (1986), en Alfa y Omega (1989), en Música callada. Homenaje a San Juan de la Cruz (1971), en Recuerdo de Parménides… Y la puerta separaba el día de la noche (1976)…, obras todas ellas donde se muestra que el hombre, transcurrido el tiempo, sigue teniendo los mismos interrogantes que tenían los primeros filósofos y que aún hoy vuelve la mirada a los orígenes del mundo para tratar de buscar lo que hay de verdad bajo sus apariencias: 

“Lo que une a la mayoría de la pintura española es el logro de la máxima espiritualidad a través del más encarnizado realismo”. Ante Nostalgia (1971), algunos vecinos, extrañados, me preguntaban que si era una cosa para tender la ropa, y yo les contestaba que era una antena para poder escuchar las emisiones de los ángeles”… -contaba Torner en el catálogo mencionado-…

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