Colaboraciones en revistas especializadas y periódicos realizadas entre 2011 y 2019 por María Fraile Yunta, historiadora del arte y periodista cultural especializada en arte español del siglo XX

lunes, 14 de octubre de 2013

La Catedral de Rouen

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA ALCAZABA (Nº 46) EL 1 DE SEPTIEMBRE DE 2013


           Revolotea la golondrina sigilosa camuflada por la luz de la mañana, que hace que la piedra se vuelva azul hasta fundirse con el cielo, porque el cielo es azul y en él habitan las nubes: esponjas de agua evaporada que, mezclada con la luz de la Aurora, hace que el hastial desaparezca, desvaneciéndose con la bruma que ciega al animal de vuelo al asistir a la función matinal.

La piedra se vuelve blanca, azulada, violácea, del color con el que la naturaleza caprichosa tiñe la luz que procede del cielo, del sol naciente, del Astro Rey: aquel que atravesaba las vidrieras y se tornaba en luz coloreada dando sentido a la oración y que ahora se disuelve junto a los colores del círculo cromático en que se ha convertido el rosetón que, al paso de la luz, fundía el Cielo con la Tierra.

Al Cielo ya no llega el eco de los Maitines, atrapado en las sombras que la luz perfila en la fachada determinando la hora del día en que el pintor se sentaba frente a ella, el color de la atmósfera que de su retina viajaba a la conciencia plasmándose en un lienzo especular que refleja la fugacidad de los efectos de la naturaleza, las variaciones lumínicas que llevan a que los cuerpos materiales, que no poseen color alguno, sean rojos, azules, amarillos, violetas, verdes, naranjas.

Claude Monet, Serie La Catedral de Rouen, 1892-94

Tal cual La Catedral al anochecer, o La Catedral, armonía azul, sol matinal, o La Catedral, siempre La Catedral, armonía azul y oro, que al instante puede ser plata, o cobre, o aquello que sobre el caballete del pintor, instalado a plein air, se plasme tan rápido como la instantaneidad que su percepción le permita, y que puede ser luz, y otra vez sombra, ora oscuridad, ora claridad.

La piedra se vuelve blanca, violácea, rosada, y el gablete que se dirige al cielo ya no apunta más que al desvanecimiento de una espiritualidad que hace que la naturaleza se resuelva en una esfera donde ya no hay ángeles, ni santos, ni Dios sino tan sólo colores. Y ahora plata, y ahora cobre, y ahora oro, pues el sol inunda la conciencia, que no el espíritu, de luz, profanando los colores que hasta ahora conducían al cielo y ahora no más que a sentir la bruma de la mañana, la calima de la tarde, la humedad de la piedra que al ofrecerse a la piel se vuelve algodón, desmaterializándose hasta casi desaparecer junto al vuelo de la criatura que, cegada por la luz, inquiere una y otra vez a Dios.

Y de nuevo se hace de día, y de noche, y en el sueño sólo hay luz, y color, y de nuevo luz y otra vez color fijándose con apremio en la retina, que tan pronto empieza a capturar su primera imagen se encuentra con que ésta se desvanece, diluyéndose en medio de una función donde el motivo siempre es el mismo pero su entorno cambia incesantemente: la luz que antes era azul ahora es roja, y blanca, y verde. Y el ensueño que antes fundía el Cielo con la Tierra para mostrar a Dios ahora no exhibe más que una atmósfera donde la deidad es la Naturaleza propia: imposible de capturar, imposible de apresar más que en una secuencia de impresiones huidizas donde lo esencial, que está en ella misma y que a la vez es Dios, y la Eternidad, no se da a conocer pese a que su apariencia antaño jugara a engañar al fiel haciéndole pensar que habitaba en la suma de los colores que a través del vidrio teñían la luz.

Claude Monet, La Catedral de Rouen, 1892-94

Revolotea la golondrina sigilosa y altera el batir de sus alas el ritual matutino, vespertino, nocturno, porque se hace de día, y de noche, y de día de nuevo, asistiendo a la función en que la luz tiñe de color el templo de una divinidad incognoscible, pues el rojo, y el azul, y el amarillo dan lugar al verde, y al naranja, y al violeta, pero la luz que les otorga vida y que procura (…) armonía azul y oro, y (…) armonía azul, sol matinal, y cada una de las obras que integran la serie que sobre la Catedral de Rouen Monet pintó entre 1892 y 1894, incide en la fachada, resbala entre sus formas apuntadas, atraviesa el cristal de sus vitrales y se esfuma cuando apenas ha comenzado a fijar la imagen divina en la esfera de la retina.

Claude Monet, La Catedral de Rouen, 1892-94

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